Concertino en el Teatro San Martín *

Lado 1: Sonata en Fa Mayor Opus 1, de Benedetto Marcello – Trío Sonata en Fa Mayor, de Georg Philipp Telemann – Musette, de François Couperin – Lost is my Quiet, de Henry Purcell – Sonata Nº 6 en Fa Mayor, de Giuseppe Sammartini.
Lado 2: Concierto en Do Mayor (Largo), de Antonio Vivaldi – Ronda y Saltarello, de Tielman Susato – Falai, miñ’ amor, de Luys Milan – En la fuente del rosel, de Juan Vázquez – Sonata Il pastor Fido, de Antonio Vivaldi – En qué nos parecemos, Romance del enamorado y la muerte y Din-di-rin-din, anónimos españoles – La Tricotea, de Alonso.

Por el Conjunto de Cámara Concertino: Carmen Favre (soprano), Martha Morero (mezzosoprano), Juan Guillermo Giunchetti (tenor, guitarra), Eleonor Muchnik (flauta traversa, piccolo), Sergio Morero (flauta traversa), Roberto Giacchino (clave, órgano portativo). Dirección general: Sergio Morero.
Disco Executives Nº 039.

* Grabado en vivo en la sala Carlos Morel del Teatro Municipal General San
Martín de Buenos Aires, entre el 12 de mayo y el 3 de junio de 1979.

Concertino Poster

Como su nombre lo indica, la presente placa fue grabada durante la ejecución de varios conciertos en el Teatro San Martín entre mayo y junio de 1979, lo que hace aún más relevante la calidad en todo lo concerniente a pureza del sonido, fidelidad, falta de seguridad y vacilaciones en la ejecución, etcétera. Lo que habla, en primer término, y en lo inherente al conjunto, de su envidiable grado de madurez alcanzado, a pesar de que la fecha de su fundación sea relativamente reciente, mayo de 1977. Pero mucho, rico y
pródigo es el camino desde entonces recorrido (y la valoración del disco aumenta aún más si se tiene en cuenta que no fue registrado en una de la salas del teatro, sino en el foyer central).
Varias, y de empinado mérito, son las cosas que hay que agradecer a Sergio Morero, director de Concertino y a todos y cada uno de sus integrantes. En primer término, que hayan formado, en exclusivo beneficio de la ciudad, un corpus musical como el que desde hace tiempo enorgullece a Rosario (el Pro Música, pero del cual nosotros carecíamos, y dejo completamente de lado cualquier otra clase de comparaciones o de paralelo). Luego, la rigurosa y cuidadosa selección del repertorio, que abarca a varios compositores del Barroco, que se interna en el Renacimiento, y todavía algo más atrás, en los fines del Medioevo, eludiendo (salvo en el caso de Vivaldi, y esta inclusión no puede ni debe serles reprochada), lo trillado, lo divulgado, lo repetido. Esto es querer a la música: una fundamental actitud de humildad ante ella. Queda, por supuesto, lo más valioso: la calidad de las ejecuciones, pero conviene, primero, una rápida ojeada al repertorio.

Las obras

Rara y hermosísima es la sonata de Marcello, en cuatro movimientos, impregnados todos ellos de la nostalgia característica del autor, rica melódicamente, y con un final alla marcia que no puede haber sido ignorado por Mozart. De Telemann, contemporáneo de Bach –rico y adulado por la fama en tanto penosamente sobrevivía el último–, un Trío profundo, sólidamente estructurado, testimonio de las tendencias de la época (primera mitad del siglo XVIII) y también de que por allí cerca andaba llenando carillas pentagramadas el gran Johann Sebastian. Una deliciosa composición de Couperin, el Grande (una Musette) quintaesencia del barroco francés, y otra, madrigalesca, de Henry Purcell (como se ve, la placa responde, incluso geográficamente, a las necesidades expresivas de esos siglos), y una imponente Sonata de Giuseppe Sammartini (cuya vida transcurre entre 1693 y 1770), a la vez que clausura la primera faz del disco, testimonia que, con muy pocos instrumentos, puede hacerse música de la mayor. Dos obras de Vivaldi figuran en la segunda parte: las restantes, casi en su mayoría españolas, algunas de ellas de autores anónimos (incluso una, la referida al enamorado y la muerte, pertenece al inexhausto cancionero popular del romancero), traen de la mano al amor, al baile, casi sin excepción a la alegría, y una, la de Luys Milan, aporta en una breve y deliciosa composición, los acentos de la tierra gallega, tan rica en tradiciones y en folklore como cualquiera de las restantes regiones de España.

Los intérpretes

Queda por consignar el hecho principal: el de la disciplina, la homogeneidad, el grado de madurez del grupo, parco cuantitativamente, extenso, en cambio –y esto es lo preferible– en méritos y en virtudes. Las voces de Carmen Favre (quien conoce una carrera ya prolongada y de alta nobleza) y la de Martha Morero, soprano y mezzo respectivamente, se complementan de modo ideal, modulan con transparencia, tienen afinación, timbre mucho más que agradable, y ambas saben de qué manera manejarlas para que esa perfección técnica no se traduzca, en momento alguno, en frialdad. Cuando canta sola, Martha Morero impresiona por su frescura y su flexibilidad. Lo mismo corresponde decir de Juan Guillermo Giunchetti, tenor cuya voz corre con luminosa ternura y suavidad, de dulzura intrínseca y gran emotividad y, como si todo esto no fuese suficiente, excepcional tañedor de guitarra (vihuela se la llamaba en aquellos años, y tan cercana al laúd). Eleonor Muchnik seduce siempre, ya se valga de la flauta traversa o del más indócil (pero en sus manos pájaro domeñado) piccolo. Roberto Giacchino impresiona notablemente por la pureza de sus ejecuciones en clave, por la fluidez con que maneja el órgano portativo (o portable, que así también puede denominársele). Por último –de ninguna manera el último–, Sergio Morero, en su triple papel: como director, es el alma del conjunto. Ha conseguido la más plena sazón en el estilo, los intérpretes siguen fielmente sus indicaciones, y el resultado, espléndido, es el que precedentemente se acaba de reseñar. Si toma entre sus manos la flauta traversa, ésta, al igual que en el caso de Eleonor Muchnik, se transforma en un pájaro de canto armonioso y seductor. Como barítono, posee una voz muy segura, bien colocada, fluida y en extremo convincente. Y una última reflexión. Conozco de memoria las dificultades con las que tropiezan todos los que se inician (y algunos que no se inician también), en esto de hacerse escuchar en público. El conjunto que ahora me ocupa es digno de que algunas de nuestras sociedades de concierto lo incluya en su programación; no vienen muchos, del extranjero, que los supere. Y esto redundaría en beneficio de todos: más fogueo para sus integrantes, y segura ocasión de deleite para la concurrencia. Que Concertino, pues, continúe, a lo largo del año que acaba de iniciarse, ofreciendo (y desdiciendo su nombre) concertone, la mayor cantidad de ellos; el auditorio, cada vez, y a no dudarlo, estaría de fiesta y de plácemes.

Calidad técnica: la máxima
The end: ¡Aplausos!

César Magrini

Publicado en El Cronista Comercial el jueves 8 de enero de 1981.

Published in: on 13 abril 2007 at 1:32 pm  Deja un comentario